Más allá de las acusaciones altisonantes que se han oído, aunque más que eso han sido cosas mucho peores; cosas como el desprestigio y la falta total de respeto a toda una entidad, jugadores, aficción y también a la organización de una competición. Más lejos de unos intereses de una prensa amarillenta y totalmente cobarde y servil, que intenta desvirtuar realidades, llegando hasta las más burdas de las manipulaciones para engañar al aficcionado de a pié. Hay que tener clara una cosa. La pelota en el campo es la que manda y es ella la que debe dictar sentencia.

La foto que sale a principio de todo no está puesta porque sí. Es un balón clásico de los de antes, en medio de un charco, esperando a que alguien lo recoja, lo lleve a un mejor lugar, y así poder jugar en condiciones normales. Eso es lo que debe hacer el martes el Barça. Huir de cada palabra o acción, por provocadora que sea, y centrarse en lo que es su especialidad. El juego que dura 90 minutos. Ese en donde sí que es difícil de batir. No olvidar en ningún segundo del partido que no debe caer en trampas fáciles que le puedan despistar de su objetivo, que es nada más y nada menos que un puesto en la final del nuevo Estadio de Wembley.

Pensarán que es algo lógico y obvio lo que digo, pero cuando se presentan situaciones tan kafkianas como a las que asistimos desde que se está jugando esta especie de play-off, lo difícil es huir de ese ruído contínuo de despropósitos que muchas veces te hacen preguntar si esto es fútbol o circo, si es un deporte o un espectáculo circense donde los jugadores y demás son títeres a los que unos cuantos manejan para unos intereses que no sé bien definir.

De aquí dos días la pelota empezará a rodar en el Camp Nou, y ella debe ser la principal protagonista. Al Barça le toca bailar con ella.